Semblanza del maestro Enrique Iturriaga Romero
Martha Barriga Tello
Dpto. Académico de Arte. UNMSM
Especialmente quisiera agradecer la oportunidad
de presentar una reseña del Maestro Enrique Iturriaga Romero, que recoge el
reconocimiento y admiración al profesional, al compañero de trabajo así como
el afecto de una amistad fraterna de muchos años. Es grata esta oportunidad
porque constituye un homenaje al Maestro al evocar aspectos de su vida, así
como la voluntad de sus colegas y discípulos del Conservatorio Nacional de
Música por estar cerca de él y recordarlo con su apoyo y dedicación.
Este 3 de abril se cumplirán 100 años del
nacimiento de Enrique Iturriaga Romero en Lima, en 1918, tiempo en el que sus
experiencias y natural vocación lo han convertido en el compositor de más
larga y fructífera trayectoria en el Perú. De muy niño, y debido al trabajo
de su padre, su familia radicó en Huacho donde permaneció hasta cumplir los
14 años, cuando volvió a Lima para estudiar en el colegio Champagnat hasta 1936.
Su niñez, por tanto, transcurrió a orillas del mar, propicio a una amplia
gama de juegos infantiles que inventaba con su hermano José, y en un ambiente
apacible que fue propicio a la introspección, y en el que su inquieta
imaginación fue libre de compenetrarse con la limpieza y claridad del
paisaje. Además, el mar favoreció sus precoces acercamientos creativos, una
influencia que se ha mantenido y puede advertirse a lo largo de sus largos
años como compositor.
Enrique inicialmente optó por seguir la carrera
de economía (1936-1940), y durante cuatro años mantuvo firme su decisión,
hasta que tuvo que responder definitivamente a su llamado vocacional: la
música. Entonces concretó los estudios que inició estando aún en el colegio,
con Lily Rosay (1934-1939); Andrés Sas (1936-1942); Rodolfo Holzmann
(1945-1950) y en el Conservatorio Nacional de Música en el mismo periodo.
Desde el momento que decidió consagrar su vida a este propósito, hasta hoy,
Enrique no ha dejado de componer ni de estar compenetrado con la cultura
universal, pero especialmente con las diversas expresiones creativas, las
tradiciones y el paisaje peruanos. Es permanente su recuerdo de José María
Arguedas, por haberle hecho comprender en profundidad las tradiciones andinas
con las que se identificó desde muy temprano. Su inquietud creativa lo llevó
a persistir en indagar y experimentar diversas formas de expresión en el rico
y complejo mundo de la música tradicional que aplicó igualmente a las piezas
de música incidental que compuso para el cine en películas de Francisco
Lombardi y José Luis Rouillon, y para teatro en los montajes de Sebastián
Salazar Bondy, Julio Ramón Ribeyro y Alfonso La Torre.
Su obra creativa es amplia. Aún siendo alumno del
Conservatorio Nacional su Canción y muerte de Rolando, (texto: Jorge
Eduardo Eielson), fue Premio Nacional de Música Dunker-Lavalle (1947);
a los 33 años obtuvo el segundo Premio Nacional (1951) con el Homenaje a
Stravinsky en el que incluyó un cajón solista en la orquesta. Desde
entonces y con la experiencia europea, consolidó su convicción creativa que
lo llevó a recibir sendos reconocimientos por la Suite para orquesta
en el Concurso Juan Landaeta del II Festival Latinoamericano de
Caracas, ciudad que también lo distinguió como huésped de honor (1957); y por
la Sinfonía Junín y Ayacucho 1824 el Primer Premio otorgado por
el Ejército peruano en la que las escenas se describen en una écfrasis que
recurre a las notas para expresar lo que sería insuficiente por las palabras.
Sus composiciones han recogido lo mejor de la literatura, la poesía, la
historia y los modos del Perú. Nuevos éxitos obtuvo por Vivencias (III
Festival Interamericano de Música (Washington, 1965; Primer Festival de
Música de las Américas, OEA y Consejo Interamericano de Música CIDEM, Bogotá,
1984); Pregón y Danza; Tres canciones para coro y orquesta, con
poemas quechuas traducidos por José María Arguedas; Las Cumbres, basada
en un poema de Sebastián Salazar Bondy, e Ifigenia en el mercado, del
mismo autor; Expresiones dedicada a Manuel Enríquez; Obertura para
una comedia; De la lírica campesina, con textos andinos (1995); Llamadas
y fuga para un Santiago; Desiertos, sobre un poema de Eduardo Hopkins
Rodríguez, y variadas piezas para coro de niños. En 1990 viajó a
México invitado al Primer Encuentro Latinoamericano de Música en Morelia,
Michoacán y el Distrito Federal, ocasión en la que se estrenó Cuatro
poemas de Javier Heraud. En 1992 fue invitado al VI Festival
Latinoamericano de Música en Caracas, ocasión que disertó sobre Repensar
la Música Colonial hoy. Esta exitosa trayectoria no cambió su carácter y
suele referirse a ella con modestia.
Durante su estadía en París (1950-1951), estudió
con Arthur Honegger en la École Normale y con Mme. Plé-Caussade en el
Conservatorio de Música y reforzó su sensibilidad por lo peruano expresado en
un lenguaje universal. Sus obras, como en alguna oportunidad expresó Paul
Gauguin, se encaminan a "crear según naturaleza", a compenetrarse
con la fluidez del medio que escogió para expresarse, hacer suya su significación
con el lenguaje propio de la música, tal como no podría decirse de alguna
otra manera. De París recorrió otros lugares como Italia donde por entonces
residía su hermano José, miembro del Cuerpo Diplomático peruano y con quien
mantuvo una estrecha amistad sustentada en el amor fraternal y los intereses
comunes a pesar de la distancia geográfica, pues él formó familia y radicó en
Caracas. El fallecimiento de su madre, y de José hace pocos años, fueron dos
momentos muy dolorosos para Enrique. Sin embargo, ha mantenido un permanente
contacto con su viuda, Teresa, y sus sobrinos, que mantienen contacto con él
desde Venezuela donde residen.
Su condición de compositor tuvo dos correlatos
intrínsecos: la vocación magisterial y la generosidad en ofrecer sus
conocimientos. Como maestro Enrique Iturriaga tiene merecidos éxitos en el
Conservatorio Nacional de Música donde ejerció desde 1957. Sus alumnos, que
extienden su magisterio en el tiempo y en el espacio, conocen de su paciencia
y la laboriosidad que imprimía en sus clases para enseñarles a usar el
lenguaje musical, como forma de expresión libre y consciente. Para lograrlo
estuvo en permanente búsqueda de nuevas opciones, métodos renovados y las
últimas aplicaciones teóricas. Su Método de composición melódica que
publicó el Fondo Editorial de la UNMSM y actualmente está agotado, es el
resultado de su experiencia en el Programa Regional de Musicología
(UNESCO-PNUD) en Lima y Quito, y del Curso intensivo de Musicología organizado
por el Ministerio de Educación y Cultura de Ecuador. Tuvo como objetivo,
brindar las herramientas para que, quienes tuvieran la inquietud de
expresarse musicalmente, encontraran la vía, conocieran los modos de hacerlo,
sin traicionarse. Este libro ha sido muy útil en las diferentes regiones del
Perú y de Latinoamérica, donde fue invitado a ofrecer cursos que
posibilitaron la difusión de los objetivos del Maestro. En 1963 viajó a los
Estados Unidos de Norte América para visitar y conocer los sistemas
educativos en música de universidades e instituciones superiores. También
visitó la Universidad de Chile en Santiago para participar en el Congreso
Interamericano de Educadores Musicales. Al año siguiente sus pares chilenos
lo seleccionaron como Jurado del Concurso de Música Chilena en reconocimiento
a su solvencia e imparcialidad. Estas cualidades las demostró como crítico en
el diario El Comercio de Lima (1953-1960).
El gusto por la enseñanza, inicialmente ejercida
en la Escuela Normal Superior (1953-1955), igualmente benefició a sus alumnos
de Historia de la música y de Apreciación Musical, cátedras que
dictó en las Universidades Nacional Mayor de San Marcos; Pontificia
Universidad Católica del Perú; Nacional San Agustín de Arequipa y en el
Conservatorio Nacional en Lima. Los jóvenes fueron conducidos a la
apreciación musical desde la comprensión de sus medios expresivos en el
contexto histórico en el que se produjeron. Enrique procuró fundamentalmente
hacerles entender la razón por la que una pieza, la obra de arte musical,
había llegado a ser como la conocemos, porque no podría haber sido diferente,
resaltando de qué manera el compositor era uno y diverso con su entorno. Una
experiencia que sus estudiantes siguen reconociendo como decisiva en su formación
humanista.
Su vocación como maestro también se extendió
fuera de las aulas. Enrique, trabajador incansable y entusiasta, tuvo una
larga trayectoria sanmarquina en la organización de actividades culturales en
la Facultad de Medicina, en la que fue co-presidente honorario del Cine Club
de la Universidad, que luego continuó en la Facultad de Educación así como en
la de Letras y Ciencias Humanas, en la que permaneció hasta que se retiró en
1987. Fue Director de la revista Letras de la Facultad y Director de
la Escuela Académico Profesional de Arte (1985-1987). Durante su gestión
organizó cursos de extensión dirigidos a mejorar el desempeño de los docentes
del magisterio, para lo que fueron convocados los más destacados
profesionales, que gustosos colaboraron en este empeño por elevar el nivel de
la educación en el Perú. Tuve el privilegio de acompañarlo en esta gestión y
nuestra amistad surgió y se consolidó en esos años cuando, de manera natural,
se integró como un miembro más de nuestra familia. Desde entonces, y hasta
que su salud lo permitió, almorzábamos juntos todos los domingos y días
feriado, Navidades y definitivamente recibíamos el año juntos y mi último
hijo, Álvaro, tiene la suerte de tenerlo como padrino, lo que afianzó aún más
nuestro vínculo al punto que él declaraba que éramos su familia directa, y no
se equivocaba. Álvaro ha seguido la primera vocación de Enrique, porque es
economista. Hoy día lo visitamos en su casa y estamos permanentemente atentos
a que en este momento, que requiere cuidados y compañía, reciba en
reciprocidad el cariño que siempre nos demostró. Su interés por lo que ocurre
se mantiene pues lee el periódico y comenta las noticias que le interesan o
sorprenden.
En este aspecto conserva su condición de
investigador. Enrique se interesó permanentemente por la historia de la
música peruana, desde una perspectiva esencialmente humanista y conciliadora,
rescatando los aportes de sus tradiciones musicales. Entre sus obras figuran
"Emancipación y República, siglo XIX". (En: La Música en el Perú
(co-autor: Lima, Patronato Popular y Porvenir, 1985); Q'eros, Pueblo y
Música de Rodolfo Holzmann (Prólogo, Lima, 1985); La Música de Roberto
Carpio (Lima, Instituto de Investigaciones Humanísticas, UNMSM, 1986);
Alcedo y su época: La obra de José Bernardo Alcedo en la Biblioteca Nacional
(Lima, Instituto de Investigaciones Humanísticas, UNMSM, 1987).
Aunque no es agradable para él recibir
reconocimientos, recibió varios institucionales, entre ellos la Medalla de la
Cultura Peruana del Instituto Nacional de Cultura (2005); la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos le otorgó el máximo reconocimiento como Profesor
Emérito (1987), grado que igualmente le otorgó el Conservatorio Nacional de
Música del que fue Director en dos oportunidades (1973- 1976; 1999-2002). La
Pontificia Universidad Católica del Perú le hizo dos homenajes, el último en
el año 2008. La Escuela Académico Profesional de Arte de la Facultad de
Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM lo convocó para inaugurar el año
académico 2004, y la Facultad en conjunto le rindió un emotivo homenaje en la
inauguración de las actividades académicas del año 2008 y le consagró la
Semana de Arte en el 2015. Previamente, en el 2013 el Año académico de la
Universidad lo tuvo como representante.
En el año 2003 recibió el grado de Amauta,
la más alta distinción del Ministerio de Educación del Perú, por su labor
docente. Viajó a España el 2008, y en el 2009 a los Estados Unidos de Norte
América, países que, con sendos conciertos de su obra, reconocieron su amplia
y significativa trayectoria profesional. El Congreso de la República del Perú
le confirió la Medalla institucional en el año 2010, condecorándolo por su
prolífica e importante aporte a la música peruana. Las inquietudes y
reflexiones sobre los variados temas que le interesan lo ha convertido en un
innovador como artista creador, y las fronteras del Perú no le han sido
suficientes, pues en otros países reconocen en él al artista, al maestro, al
ser humano excepcional. Enrique Iturriaga Romero se caracteriza por ser un
profesional cuya amplia generosidad, capacidad de comprensión y tolerancia le
han permitido realizar una prolífica actividad creativa musical y docente,
así como ha inculcado en sus alumnos y amigos la permanente inquietud para
alcanzar objetivos personales y colectivos.
Cuando decidió retirarse de la Universidad para
dedicarse totalmente al Conservatorio Nacional (1987), fui testigo de su
capacidad de convocatoria. Se organizó una pequeña reunión de despedida en la
que Enrique logró lo que ninguno hasta entonces y nadie repitió después:
concilió a docentes, estudiantes y administrativos de todas las tendencias
académicas y políticas, hermanados en la despedida al Maestro, colega y
amigo. En un momento especialmente difícil para la Universidad, fue una
reunión de reconocimiento para quien había sabido conducir la especialidad
con firmeza, discreción y objetivos claros, buscando su crecimiento y
protagonismo en la escena cultural, cumpliendo la tarea de proyección a la
comunidad, brindando un beneficio agregado a su función académica en el marco
del respeto y la tolerancia. Por eso también fue ocasión para manifestar
agradecimiento a quien logró un equilibrio en las relaciones interpersonales
de docentes, alumnos y administrativos, conduciendo sus esfuerzos a objetivos
comunes en beneficio del colectivo. De esto hace 31 años y su personalidad
sigue siendo recordada por el claustro.
Su vinculación y compromiso con el Conservatorio
Nacional de Música ha sido entrañable, por lo que permaneció ejerciendo la
docencia hasta que le fue físicamente posible. En algunas ocasiones lo
acompañé muy temprano en la mañana hasta la puerta del edificio en el Centro
de Lima y fui testigo del esfuerzo que insistía en hacer, hasta que le fue
muy difícil desplazarse. Fue por ello que, posteriormente, tuvo reuniones
individuales en su domicilio para aquellos estudiantes o egresados que
necesitaban de su consejo y apoyo.
Es complicado resumir la impresión que una
persona como Enrique Iturriaga Romero deja en los que lo conocen. Nos
enorgullece que nos acepte como amigos, que comparta sus inquietudes y
reflexiones sobre los variados temas que le interesan, que no se detenga como
artista creador, que haya mantenido su generosidad, don de gentes,
amabilidad, franqueza, sentido del humor y, sobre todo, su indulgencia ante
quienes no aceptaron su voluntad para conocer las razones de los demás,
siempre buscando entender. Enrique Iturriaga no guarda resentimientos, su
capacidad de comprensión es amplia, está dispuesto a escuchar y a opinar de
manera directa, con amabilidad pero sin concesiones, porque su propósito es
sugerir posibilidades que ayuden a encontrar la vía adecuada en términos
profesionales y personales.
Esta pequeña reseña es un homenaje de afecto y
respeto a la persona y al artista, al amigo y al familiar, una combinación
armónica que coincide naturalmente en Enrique Iturriaga Romero. Estoy segura
que Enrique se sentirá agradecido –aunque como siempre sorprendido- por el
cariño de quienes le rodean, un cariño y respeto que fue cultivando con los
años, casi sin advertirlo, a sus amigos, discípulos y colegas. Hoy día él
recoge lo sembrado y a todos nosotros nos cumple mantenernos a su lado y
apoyarlo, como en la reciente ocasión de su enfermedad, en la que la convocatoria
fue respondida con rapidez y afecto. Estoy segura que querría transmitirles
sus muchísimas gracias y reiterar el desinteresado afecto que ha tenido por
los que le rodean.
|
lunes,
26 de marzo de 2018
|