miércoles, 25 de abril de 2012

Y… ¿Qué vas a ser cuando seas grande?... ¡Músico!

Y… ¿Qué vas a ser cuando seas grande?... ¡Músico!




Desde nuestra más tierna infancia, aquella edad en la que acabamos de egresar de la universidad del pañal y está en apogeo nuestro armado de casitas con palos de escoba, sillas y sábanas; inevitablemente, cada adulto que se nos cruza en el camino, luego de preguntarnos si ya tenemos novio o novia, nos lanza la pregunta medular para nuestro destino: "y… ¿qué vas a ser cuando seas grande?…"

¡Aguarda loco! ¿Ser grande? ¡¿Es que también voy a ser grande algún día?!... ¡no lo creo! Pero colocados en el supuesto de que algún día tendremos que rasurarnos el rostro (o las piernas), uno, desde su inocencia, quiere ser y hacer de todo: bombero, cocinero, piloto, astronauta, médico, sacerdote, pintor, constructor y muy rara vez: abogado. No sospechamos, ni de casualidad, que para lograrlo se tenga que ir a algún sitio a prepararse y mucho menos que se recibirá dinero en trueque a nuestra labor; nuestra única inquietud relevante podría resumirse en: "¿me dejarán llevar mis juguetes?"

Curiosamente, mientras vamos creciendo, nuestra percepción acerca de este asunto va mutando: a los catorce años esperamos no tener que hacer nada en el futuro y que un golpe de suerte nos libere de ese gigantesco esfuerzo sobrehumano que nos aguarda en el porvenir; pero entre los quince y diecisiete años, esta inquietud familiar no sólo nos viene dada desde nuestro entorno, sino que surge impelida desde lo más hondo de nuestra psiquis, en la tonalidad de La Mayor preocupación, y remese nuestra existencia bajo una fórmula que, sin grandes variaciones diferenciadoras, es expresada más o menos así: “¡Mierda! y ahora ¡¿qué carajos voy a hacer?!”

Siempre me ha parecido que uno de los mayores misterios de la existencia se encuentra en la fuerza interna que determina nuestra vocación profesional. ¿Qué hace que una persona quiera ser paleontólogo, forense o catador de vinagre? ¿Qué es lo que influye en nuestras inclinaciones tan diversas hacia tal o cual actividad? Es un enigma. Pocos son los afortunados que la tienen clara desde el principio y, al mejor estilo de Dalina de Nubeluz, cantan: “Yo voy a ser ingeniEeeeeEro…” Sin embargo, el grueso de adolescentes deambula dubitativo por los obscuros parajes de su futuro laboral, sintiendo la necesidad de convertirse en una especie de Nostradamus académico que reduzca al mínimo el riesgo que asumirá al tomar tan vital decisión. Lo que es clarísimo es que la dinámica social se acelera y la presión arterial se incrementa en nuestros familiares, amigos y en nosotros mismos. Los padres crean planes y se ilusionan con sueños de éxito y fortuna para sus hijos, mientras los sueños de sus retoños van desde la media noche hasta la hora del almuerzo, los días que madrugan.

El cúmulo de creencias políticas, culturales, religiosas (y la ausencia de todo esto) que conforman nuestra diversidad social, dibujan un pintoresco paisaje en nuestro país, en el que ser médico, ingeniero, arquitecto, economista o abogado (en este orden) constituyen los galardones máximos de la vida profesional. Los hogares se iluminan de orgullo y satisfacción cuando un futuro cirujano manifiesta el deseo de serlo. A éstas le siguen otras carreras consideradas intermedias; es decir, las que despiertan expresiones tales como: “bueeeeno, si eso te hace feliiiiiiz… está bien…” Entre éstas tenemos administración, contabilidad, psicología, diseño gráfico y un largo etcétera. Pero si el desdichado, por alguna incomprensible razón, decide ser artista y entre ellos ¡Músico!, ¡agárrate fuerte chocherita! Porque en el 99.9% de casos este salvajismo despertará expresiones tales como:  ...  .... Y los más preocupados: "¡Pero te vas a morir de hambre!" Un halo de calamidad enlutece las familias a las que, por desgracia, la sensibilidad de su vástago lo inclina irremediablemente, y de manera kamikaze, hacia la profesión musical.

Lo que la mayoría de personas desconoce es que la carrera profesional de Música exige un mínimo de 7 años de estudios serios y una dedicación máxima en entrenamiento, práctica y análisis continuos y en muchos países constituye un verdadero honor el que algún miembro de la familia sea un músico profesional.

El problema en nuestro país es que nunca se había reconocido el grado académico ni el valor profesional a esta carrera y es en época muy reciente (2009-2010) cuando el estado peruano reconoce, bajo presión de algunas instituciones, el grado universitario al Conservatorio Nacional de Música, Bellas Artes y a la Escuela Nacional de Folklore, y algunas universidades limeñas "aperturan" (sic)  diplomas profesionales de música y sólo una de ellas crea la carrera profesional dentro de una facultad. Este hito es un primer paso en el cambio de mentalidad y de apreciación profesional que se tiene hacia un arte que acompaña cada momento de nuestra vida, desde el más trivial hasta el más importante, y de una formalización para todos los profesionales que entregan su vida a otorgarnos sus obras.

En la actualidad muchos adultos, cuando me preguntan por mi profesión y les respondo que soy músico, sonríen con entusiasmo y me preguntan calurosamente detalles acerca de la carrera y de la vida profesional que llevo, en muchos de ellos se puede notar una cordial envidia que denota una vocación frustrada quizá por la incomprensión o por el temor a la pobreza. Siempre me pregunto cuántas personas talentosas hicieron a un lado sus sueños por tener que soportar demasiada presión basada en la ignorancia y en las pocas oportunidades laborales que hasta hace no mucho arraigaban con fuerza en nuestro país, dando poco reconocimiento al arte que más profundamente toca nuestra alma.

Gracias al cambio, que en este sentido vivimos en esta época, tengo la esperanza que muy pronto nuestra escena local eleve el nivel de su desempeño musical y que ninguna vocación ni talento se pierda en una vida de satisfacciones pobres ni de anhelos truncos.